Pasos firmes by Francisco Jiménez

Pasos firmes by Francisco Jiménez

autor:Francisco Jiménez
La lengua: spa
Format: epub
editor: HarperCollins
publicado: 2022-03-16T00:00:00+00:00


Tan lejos, pero tan cerca

A mediados de la primavera, la vida universitaria volvió a la normalidad. Se reanudaron las clases después de haber estado suspendidas por una semana durante los disturbios, lo que resultó en la suspensión de veinte manifestantes estudiantiles, incluyendo a Mark Rudd, y la suspensión de los planes para construir el gimnasio. Las demostraciones políticas sólo se podían organizar ahora en el área del Sundial. En pocos días, después de los exámenes finales, regresaría a casa para el verano. No podía contener la emoción que tenía de volver a ver a Laura y a mi familia y casarme.

Lo que me fortalecía en esos largos y solitarios meses eran las cartas que recibía de mi madre, Roberto y Darlene, y las de Laura; la visita pendiente de Laura en las vacaciones navideñas; y las llamadas telefónicas de vez en cuando.

Desafortunadamente, mi esperanza de pasar la Navidad con ella, que había anhelado como niño, se desvaneció cuando ella canceló su visita unos días antes de venir a Nueva York. Yo ya había arreglado con la oficina de alojamiento de Columbia para permitirle que se quedara en una habitación de huéspedes de la residencia universitaria de mujeres. Laura me escribió una carta para avisarme que sus abuelos maternos, que habían cuidado de ella y su hermana después de que su madre murió a la edad de 32 años, le habían dicho que no era apropiado que me visitara, ya que no estábamos casados. Ellos se preocupaban por el qué dirán: ¿Cómo podrían pasar Francisco y Laura las vacaciones juntos sin supervisión? Me sentí decepcionado, pero entendí la lógica de sus abuelos. Mis padres habrían hecho lo mismo. Ellos protegían mucho a mi hermana y no le permitían tener novio, aun siendo una adolescente. Mi padre era un poquito menos estricto con nosotros los hombres. Él nos permitía a mi hermano y a mí salir una vez a la semana cuando estábamos en los últimos años de nuestra adolescencia, siempre y cuando volviéramos antes de la medianoche. Le llamé a Laura esa tarde después de leer su carta. Ella estaba triste y se deshacía en disculpas.

—Perdóname —dijo ella. Su voz se le quebró.

—No hace falta una disculpa. Lo entiendo perfectamente —le dije—. Claro que estoy tan decepcionado como tú, pero tenemos que obedecerlos, aunque no estemos de acuerdo, por respeto.

—Sabía que lo entenderías —dijo Laura—. Yo siento lo mismo; por eso no discutí con ellos. Mis abuelos me dijeron que estarías enojado conmigo . . . que intentarías convencerme a ir, cueste lo que cueste. Se van a sorprender cuando les cuente acerca de tu reacción, pero van a estar contentos.

Después de nuestra conversación, le escribí a Laura una breve nota: “Nuestros corazones son uno; nos hieren en su desesperación por unirse”.

Al igual que el año anterior, la residencia parecía una tumba el día de Navidad, pero esta vez me sentía menos solo. Fui a misa y luego al cine para ver En el calor de la noche. Pasé el resto de las vacaciones trabajando en mi tesis y preparándome para los exámenes finales.



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